Las mujeres blancas de los terratenientes tomaban té en la terraza mientras se mofaban de las mujeres negras. Las mujeres negras del terrateniente, esclavas, sumisas, sojuzgadas y para colmo risibles marionetas a los ojos de las otras mujeres de los señores.
Un buen día, huyen las mujeres negras a través de la plantación en busca de un horizonte nuevo, intangible desde las májaras de negritud y sudor. Aún en la mina de esclavos, las mújeres blancas, atónitas y atomizadas ante la repentina deserción y sin saber como trabajar la tierra, empiezan a temer por el futuro de sus tripas roídas de chisme y lujuria y maltrechas por la opulencia. Sus rubios y lacios cabellos no podrán ser atendidos si no hay negras que produzcan el bien maldito que llena las cajitas de usura en los latifundios. Antes se reían del pelo crespo y rizado de sus esclavas.
Las esclavas huídas llegan a tierra libre sin hombres que atender y sin mujeres que se rían de su cabello.En ese misma "cabellera irrisoria" de pelos entrelazados e infinitas espirales se guardan las semillas robadas de la plantación para que la tierra otorgue sus frutos, y sus manos bicolores, enésimo motivo de burla de las mujeres blancas, repletas de sapiencia y experiencia para que la naturaleza dé lo que sabe dar. Ahora, de lejos, las mujeres negras, libres de cadenas de colores, contemplan la linde de las plantaciones: se ríen de los furiosos terratenientes al borde de la bancarrota y ven a las mujeres blancas con sus sucios cabellos rubios beber de un balde de barro sentadas en el borde de una banca rota.
No hay comentarios:
Publicar un comentario