lunes, 30 de julio de 2012

Huída en Surinam

Las mujeres blancas de los terratenientes tomaban té en la terraza mientras se mofaban de las mujeres negras. Las mujeres negras del terrateniente, esclavas, sumisas, sojuzgadas y para colmo risibles marionetas a los ojos de las otras mujeres de los señores.

Un buen día, huyen las mujeres negras a través de la plantación en busca de un horizonte nuevo, intangible desde las májaras de negritud y sudor. Aún en la mina de esclavos, las mújeres blancas, atónitas y atomizadas ante la repentina deserción y sin saber como trabajar la tierra, empiezan a temer por el futuro de sus tripas roídas de chisme y lujuria y maltrechas por la opulencia. Sus rubios y lacios cabellos no podrán ser atendidos si no hay negras que produzcan el bien maldito que llena las cajitas de usura en los latifundios. Antes se reían del pelo crespo y rizado de sus esclavas.

Las esclavas huídas llegan a tierra libre sin hombres que atender y sin mujeres que se rían de su cabello.En ese misma "cabellera irrisoria" de pelos entrelazados e infinitas espirales se guardan las semillas robadas de la plantación para que la tierra otorgue sus frutos, y sus manos bicolores, enésimo motivo de burla de las mujeres blancas, repletas de sapiencia y experiencia para que la naturaleza dé lo que sabe dar. Ahora, de lejos, las mujeres negras, libres de cadenas de colores, contemplan la linde de las plantaciones: se ríen de los furiosos terratenientes al borde de la bancarrota y ven a las mujeres blancas con sus sucios cabellos rubios beber de un balde de barro sentadas en el borde de una banca rota.  

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